domingo, 14 de julho de 2013

Una época abandonada


http://www.heideggeriana.com.ar/comentarios/schurmann.htm
- La época moderna está "abandonada", verlassen, en lo que constituye su esencia misma. Esta no es una tesis sino el rasgo fundamental de la emancipación progresiva de las ciencias y la técnica por las cuales la época moderna se define. Estamos en la tercera y última fase anunciada por Augusto Comte. Las ciencias y la técnica han conquistado su autonomía frente a la religión y a la filosofía. Aunque múltiples y concurrenciales en muchos puntos, las ciencias tienen algo en común: establecen leyes positivas a partir de experiencias registrables, y esto gracias a un pensamiento de tipo operatorio y calculador. La teoría ha devenido totalmente positiva: según el principio kantiano la verificación misma de la teoría debe ser experimental. Es este propiamente un "desafío" al pensamiento[vii], es decir, al hombre, quien en medio de tantos "datos" ya no se encuentra a sí mismo, al menos en su esencia[viii]. El hombre es para sí mismo un "dato", pero no se experimenta como "dato". Ha entrado en sus propias estadísticas: un factor de cálculo entre otros. El espíritu, vuelto inteligencia[ix], somete todas las cosas para que respondan a sus requerimientos. Exige de todo lo que es una rendición de cuentas integral. La modernidad es esta racionalidad conquistadora. Constituye el primero de los aspectos de "lo que hoy existe en todo el planeta"[x].
El segundo aspecto de la modernidad hay que buscarlo en su proyecto de voluntad dominadora. La red de cálculo mediante la cual el técnico capta todos los fenómenos y la tierra misma es ya una sumisión a la acción y la transformación. La inteligencia es un poder, un esbozo de manipulación y muerte. La verdad convertida en exactitud se pervierte, das Un-Wahre schlechthin, pues en adelante sólo reina la voluntad. Su reino promete la seguridad. Pero esta seguridad está configurada fuera de la verdad, das Wahre, la única que "ampara" auténticamente; la inseguridad se manifiesta en todas partes[xi]. El ser humano se fija de manera unilateral en los objetos a su disposición. Dicho de otro modo, experimenta al ser como aquello que lo enfrenta, como una prueba de fuerzas: Gegenstand. Frente a este mundo que se le opone, se afirma como sujeto; se capta como el centro de referencia de lo real. El sujeto seguro de sí y obnubilado por su poder mide todo con la vara de su inteligencia y su voluntad. El único tipo de poder de verdad reconocida es la verdad eficaz, la que "sirve para algo".
Esta descripción de la modernidad puede parecer excesiva. Una atención más elaborada en el aspecto político de la existencia, conduciría quizás a una visión menos severa sobre la época contemporánea. Heidegger no lo ha intentado. Eric Weil[xii] y Enmanuel Lévinas[xiii] están entre los que avanzan más resueltamente en esta dirección. La conclusión sigue siendo, sin embargo, la misma en lo que concierne al abandono que es nuestro tema. Bajo cualquier aspecto que se considere al hombre contemporáneo -hombre rebelde o hippie, tecnócrata o francotirador- la conclusión de Heidegger es difícil de contradecir:
El hombre está a punto de lanzarse sobre la tierra íntegra y sobre su atmósfera, de usurpar y de sujetar, bajo la forma de ‘fuerzas’, el reino secreto de la naturaleza y de someter el curso de la historia a la planificación y al dominio de un gobierno planetario. Ese mismo "hombre rebelde" no está en condiciones de decir simplemente lo que es, de decir lo que significa, en general, que una cosa sea[xiv].
En un movimiento crítico de pensamiento, Heidegger se interroga ahora sobre las condiciones de posibilidad de esta "noche del mundo". Las descubre en el retiro de un originario, tan antiguo como la historia de la metafísica, pero que se ha manifestado sólo en el ocaso de esta historia. Dicho de otra manera, el Occidente está abandonado desde sus comienzos, pero este abandono se ha manifestado, para quien sabe ver, hace apenas un siglo, con la transmutación de todos los valores. El nihilismo nietzscheano es revelador porque pone al descubierto al Otro metafísico del hombre como el verdadero fundamento de la vida humana y del pensamiento, es decir como algo disponible. El abandono de Occidente comienza con esta pregunta: ¿Cuál es el fundamento de todas las cosas que "hace" que ellas sean lo que son? Pensando a partir de las cosas (o del hombre, vale decir, siempre desde un ente) este fundamento puede ser determinado funcionalmente. Tal determinación procede al menos en dos etapas: lo que es, porque es múltiple, no es por sí mismo; lo que es, porque recibe del hombre su unificación, es en razón de Otro. Este Otro "certifica" lo que es. Lo otro que funda es lo cierto. La inseguridad, signo del nihilismo, es, por lo tanto, antigua en Occidente. El pensamiento occidental plantea la cuestión de la razón de lo que es. Pedir cuentas de lo real, dar razón, exigir un "por qué" último, es la actitud característica de lo que Heidegger llama la ‘metafísica’. La filosofía en general ha surgido de este instinto: encontrar un fundamento verdadero que amarre todas las cosas y que tranquilice al "corazón inquieto". Así ella encontró lo que buscaba: el esse, fundamento y razón del ens. Pero, pregunta Heidegger, ¿el fondo de las cosas así representado es el ser en su verdad?.
A esta pregunta Nietzsche ya había respondido indirectamente: el ser no es[xv]. Esa es una comprobación, no la opinión de un sombrío alienado mental. Nietzsche comprueba la muerte de lo que hacía ser. ¿Qué es el Esse? El que ha muerto. ¿Qué es el ente? Voluntad de querer. El propósito de Heidegger, en sus escritos sobre la modernidad, es el de leer estas dos respuestas en su unidad. El hundimiento del Esse como razón última y la desmesura de los proyectos de la voluntad que no se tiene más que a sí misma como sujeto, son las dos caras de una misma reivindicación bajo la cual el Occidente piensa desde siempre. Desde hace un siglo, lo que es parece haber perdido sus fundamentos. Esta pérdida es el desaparecer de algo cuyo aparecer, en otra época, iba de suyo. Es en el momento de la desaparición de las razones que el pensamiento se interroga sobre el destino de éstas: ¿el poder de fundamento, que parecen no poseer más, de dónde les venía? ¿Cómo lo que durante siglos fundó todo lo que es, pudo desvanecerse? ¿Es necesario decir que falta una pieza del universo? Sobre esta pieza, ahora perdida, el universo habría reposado hasta nuestra era: ¿Cuál es esta pérdida capaz de conmover el reposo del universo? Lo que se ha perdido es más que una "razón" entre otras. Preguntar "en razón de qué" las razones cumplían la función de razón es la pregunta de la razón engreída de sí misma y que busca explicar la desaparición con la ayuda de lo desaparecido. Es la forma última del olvido secular, el olvido del ser. El Esse como fundamento o como razón no es el ser en su verdad. El destino del pensamiento occidental es nuestro abandono del ser, unsere Verlassenheit vom Sein[xvi].
Esta es la primera acepción del «abandono» en Heidegger. La filosofía, preocupada por explicar lo que es, su arché y su télos, ha confundido al ser tanto con la totalidad de los entes como con el ente supremo, Dios. Pero ha dejado pasar en silencio la cuestión del ser mismo; el ser es lo impensado de la tradición filosófica. El desvanecimiento que horroriza nuestro siglo y que lo precipita en múltiples tranquilizantes es más que la pérdida de una pieza del universo: falta el ser mismo, das Sein selbst bleibt aus[xvii]. La filosofía tradicional habla del ser "en tanto que ser", pero ello sólo a fin de poder pensar mejor el ente (que es Dios, la totalidad del mundo, el sujeto, el espíritu). Por lo tanto, ella sigue pensando el ente; sólo piensa el ser en tanto que le sirve a su discurso sobre lo que es; el ser es un a priori para ella[xviii]. El ser es pensado a partir del ente y con miras al ente. La filosofía del a priori pretexta al ser para "certificar" el ente.
La época "abandonada por el ser" es una era de más de dos milenios. Pero el siglo tecnológico es el más abandonado de todos: el impulso de un cuestionamiento auténtico, contenido en la interrogación del "en tanto que" ha caído. Quizás la interrogación "sin por qué" sea posible solamente al término del nihilismo soportado hasta en sus últimas consecuencias. Las estaciones de la época que va de Heráclito a Nietzsche muestran, cada una a su manera, el único destino que ha tenido Occidente, el del retiro del ser, Seinsverlassenheit. Heráclito inaugura, Platón objetiviza, Nietzsche consuma y Heidegger piensa esta "época única"[xix]. El misterio del ser se ha fragmentado en misterio del hombre, misterio del mundo, misterio de Dios. Sólo un pensamiento que plantee la cuestión del ser en sí misma, aunque a partir de quien la plantea, pero no en vistas de él y a su servicio, se internará por el camino del misterio que no es más el del abandono como olvido, sino más bien el del abandono como escucha y como memoria. Este segundo aspecto, en que "abandono" no traduce verlassen sino gelassen, nos aproximará nuevamente a Meister Eckhart.
3.2 El ente abandonado. En el seminario del Thor, en septiembre de 1969, Heidegger distinguía tres acepciones de la Gelassenheit. La primera, dice, apunta hacia lo que es, hacia el ente. La segunda considera menos al ente singular que a su entrada en presencia en tanto que tal. La tercera, en fin, indica el "dejar" mismo que deja entrar en presencia lo que es presente. En Tiempo y Ser, Heidegger había dicho respecto de este último: "Importa ahora pensar propiamente el dejar entrar en presencia, en tanto que la presencia es abandonada"[xx]. Seguiremos estos tres jalones a través del paisaje arduo de la Gelassenheit; la tercera reunirá de una nueva manera la dimensión histórica comprendida en la crítica heideggeriana de la modernidad.
El ente abandonado -Esta acepción del abandono se ofrece más fácilmente al entendimiento, puesto que es óntica. Sin embargo, no es tan fácil "abandonar el ente":
¿Qué hay más sencillo, aparentemente, que dejar a un ente ser precisamente el ente que es? ¿O más bien esta tarea nos conducirá ante lo que es más difícil? Así, tal intención de dejar ser al ente como es, representa lo contrario de esta indiferencia que da la espalda simplemente al ente. Debemos volvernos hacia el ente con el propósito de acordarnos de su ser pero de este modo, debemos dejarlo reposar en sí mismo, en su despliegue esencial[xxi].
En estas líneas se trata, seguramente, de una actitud del hombre. "Nosotros", es decir, los seres humanos, debemos dejar ser al ente. El cálculo, el avasallamiento de las cosas bajo la voluntad dominadora, toda actitud de poder sobre ellas debe desaparecer si el ente debe manifestarse como lo que es. Es a esto a lo que conviene el título de pensar meditante. Dejar al ente es recordarlo independientemente de todo proyecto. No cabe duda de que en la época contemporánea, a causa de la doble alienación de la inteligencia y de la voluntad, tal actitud es particularmente difícil. El pensamiento meditante, en el universo técnico en el que vivimos, consiste en decir simultáneamente sí y no a los productos de consumo. Podemos decir sí a su utilización y, no obstante, permanecer libres. Podemos abandonar a sí mismos esos objetos como algo que no nos concierne íntimamente. Negarnos a su total dominio es la forma contemporánea del desapego. Quien así abandona los objetos técnicos en su pretensión totalitaria, no les vuelve la espalda. Su "no" es la condición del ‘sí’ a su esencial despliegue. El abandono en tanto que actitud del pensamiento meditante instaura una relación simple y apacible con las cosas. El hombre desapegado las deja entrar en su mundo cotidiano y, no obstante, las deja fuera[xxii].
Así, abandono del ente y recuerdo de su ser dicen lo mismo. En las palabras, difícilmente traducibles, de Heidegger: la Besinnung es la Gelassenheit respecto de lo único que merece ser interrogado, a saber, el ser[xxiii]. Abandonado epocalmente por el ser, el pensamiento occidental debe, a su turno, abandonar el ente si quiere saber lo que es del ser. Si es verdad que esta tarea nos conduce "ante lo que es más difícil", no es simplemente un problema de especulación. Es difícil dejar de lado al ente porque es difícil no pensarlo fundado en el Esse supremo. La especulación metafísica busca un fundamento primero en el orden del ser y la razón última en el orden del saber. De esta especulación resulta el sometimiento al cálculo. Abandonar al ente equivale nada menos que a renunciar a una presencia disponible, a una realidad estable al alcance de la mano, la que permite rendir cuentas de lo real en su totalidad. Pero este renunciamiento es la condición del pensamiento del ser. Este último no representa al ente amarrado a un orden inmutable, sino que lo piensa en su esencial despliegue, Wesen.
Tenemos el doble derecho de invocar un parentesco con Meister Eckhart. Por una parte, en ambos pensadores el abandono consiste en esta actitud de pensamiento que se traduce en un comportamiento desapegado respecto al ente singular y así se acuerda de lo que éste es en verdad; por otra parte, el ser del ente, su verdad, no es pensado como fundamento disponible sino como Wesen en su sentido verbal, como surgimiento y como permanencia. Heidegger se remite explícitamente a Meister Eckhart a propósito de la comprensión del Wesen, y agrega que sólo das wesen des Seins, la manera como el ser se despliega, merece ser interrogada por el pensamiento que se libera de la técnica[xxiv]. Abandonar al ente es la actitud gracias a la cual el ente, tanto como el hombre que lo piensa, encuentran su lugar. El primer equivalente del Wesene del alto alemán medio, señalada por el léxico, es bleiben, permanecer, mantenerse, habitar; la del participio presente, Wesende, es anwesend, presente[xxv]. Heidegger dice haber leído asiduamente los sermones de Meister Eckhart cuando reflexionaba en el ser como Anwesen. En cuanto al "lugar" recobrado del hombre, consecuencia e índice del abandono, éste constituye el propósito del escrito titulado Gelassenheit. El abandono "brinda la perspectiva de una nueva tierra natal"[xxvi].
En conclusión, con respecto al abandono como actitud ante el ente, existe una expresión, cara a Eckhart y a Heidegger, que resume admirablemente esta condición previa a la superación del olvido del ser: buscar "sin por qué". Se ha dicho que sobre este punto preciso Heidegger está particularmente en deuda con los místicos[xxvii]. Al ser supremo de la metafísica el hombre se dirige con toda clase de "por qué". Le puede consagrar un lugar en la ciudad y dedicarle un culto. Puede también proclamarlo como su más alta razón de vivir, aquello por lo cual la ciudad trabaja y se sacrifica -aunque sea el ideal de la ganancia y la acumulación de bienes-. El ser, representado en tanto que ente supremo, entra así en el horizonte del hombre. El ser tal como lo comprende el pensamiento meditante, por el contrario, no funda ni motiva nada. Se mantiene fuera del proceso de decadencia por el cual el Bien platónico deviene la suma de los bienes de consumo modernos. El ser, pensado por sí mismo significa el hundimiento de todo apoyo, no pone nada. No se pone bajo el ente como su base: no supone nada. Y no precede al ente como su causa: no presupone nada. El ente no pone, ni supone, ni presupone. Pero el ente es. Comprender esto es poder decir: "la rosa es sin por qué"[xxviii].
Aquí nos enfrentamos con el dominio en que la comunidad de pensamiento entre Eckhart y Heidegger es más manifiesta. El abandono es la condición de posibilidad de una comprehensión del ser en su verdad, vale decir, como despliegue más acá de las relaciones entre sujetos y objetos. Sería erróneo sin embargo pretender que en el resto de su enseñanza Eckhart es también un "moderno"[xxix]. Sigue siendo un teólogo escolástico; pero en el cuadro que la historia del ser le ha asignado, tal o cual pensamiento -gelâzenheit, wesene, sunder warumbe- aniquila la herencia intelectual[xxx], de manera que "el proceso de la corte papal de Avignon contra las tesis de Meister Eckhart da la impresión de un proceso intentado por el Ser mismo contra quien atrevidamente adelanta su destino"[xxxi].
 
Reiner Schürmann

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