terça-feira, 1 de outubro de 2013

GURDJIEFF SEGÚN EVOLA



Qué anunciaba Gurdjieff? Un mensaje como mínimo desconcertante. Pocos hombres "existen", pocos tienen un alma "inmortal». Algunos de ellos poseen el germen que puede ser desarrollado. Por regla general, no se posee un «Yo» desde el nacimiento, es preciso adquirirlo. Los que no lo logran se disuelven tras la muerte. "Una ínfima parte de ellos han alcanzado a tener un alma". El hombre de la calle no es más que una máquina. Vive en un estado de letargo, como si estuviera hipnotizado. Cree actuar, pensar, pero en realidad es "actuado"- Son impulsos, reflejos, influencias de todo tipo los que actúan en su interior. No tiene "ser".

La vía ordinaria es la de un individuo constantemente aspirado, o «abstraido", enseñaba Gurdjieff. "Me "aspiran" mis pensamientos, mis recuerdos, mis deseos, mis sensaciones. Por la comida que como, el cigarrillo que fumo, el amor que hago, el buen tiempo, la lluvia, este árbol, este automóvil que pasa, este libro" Se trata de reaccionar. De "despertar". Entonces nacerá un «yo» que hasta entonces no existía. Entonces aprenderá a ser, a ser en todo lo que hace y lo que siente, en lugar de no representar más que la sombra de sí mismo. Gurdjieff llamaba "pensamiento real», «sensación real», etc, a lo que se manifiesta según esa dimensión existencial absolutamente nueva que la mayoría de las gentes no pueden ni siquiera imaginar.

Distinguía igualmente en cada uno la "esencia" de la "persona". La esencia constituía su cualidad auténtica, mientras que le persona no es más que el individuo social, construido con todas las piezas, y exterior a estos elementos, frecuentemente ambas no coinciden: o se encuentran gentes cuya "persona" está desarrollada mientras que su "esencia" es nula o está atrofiada, y viceversa. En nuestro mundo, el primer caso prevalece: el de hombres y mujeres cuya «persona» está exacerbada hasta la desmesura mientras que su "esencia" se encuentra en estado infantil, cuando no está completamente ausente.

No es el lugar de evocar los procedimientos indicados por Gurdjieff para "despertar", para anclarse en la "esencia", para construirse un "ser". Sea como fuere, el punto de partida sería el reconocimiento práctico, experimentado, de su propia "inexistencia", este estado casi sonámbulo, el hecho de ser "absorbido" por las cosas, por nuestros pensamientos y nuestras emociones. Es igualmente a esto a lo que servía el «método del desorden»: poner en marcha la "máquina" que uno es para tomar conciencia del vacío que oculta. No hay que extrañarse si algunos de los que han seguido a Gurdjieff en esta vía han sufrido crisis extremadamente graves, perdiendo su equilibrio mental hasta el punto de huir del Priorato o recordar con terror semejantes experiencias. En cuanto a los que han resistido y persistido en el "trabajo sobre sí mismos», según las enseñanzas de Gurdjieff, hablan de un incomparable sentimiento de seguridad y de un nuevo sentido dado a su existencia.

Parecería que Gurdjieff ejercía sobre cualquiera que se le aproximara, casi de forma automática y sin que éste lo quisiera, una influencia que podía variar desde efectos positivos o deletéreos según los casos. Está fuera de duda que poseía algunas facultades supranormales. Ouspensky cuenta que recurría a una ciencia aprendida en Oriente y de la que en Occidente apenas se conocía «más que una parte insignificante llamada hipnotismo. Gurdjieff podía ejercer algunas experiencias, separar la «esencial» de la «persona» en un individuo dado haciéndolo eventualmente aparecer al niño o al idiota que se ocultaba tras alguien evolucionado y cultivado o, inversamente, una "esencia" muy diferenciada al margen de la inexistencia de manifestaciones exteriores.

Entre los testimonios recogidos por Pauwels, hay algunos particularmente picantes relativos al poder, atribuido igualmente en Oriente a algunos yoghis (y evocado por un autor tan digno de fe como Sir John Woodroffe), de "recordar la mujer en la mujer". Una anécdota refiere que en New York, en un restaurante, una mujer, joven escritora muy segura de sí misma, se encontraba cenando con su compañero. Ella le muestra al "famoso" Gurdjieff, sentado en una mesa cercana. La joven lo contempla con un aire de superioridad evidente, pero, al mismo tiempo, empieza a palidecer y a desfallecer. Esto no deja de extrañar a su compañero, que conocía su gran dominio sobre sí misma. Más tarde, ella cuenta: "¡Este miserable! He mirado a este hombre y él se ha dado cuenta de que la miraba. Entones me ha mirado fríamente y, en este momento, me he sentido violentada íntimamente con tal precisión que he experimentado un orgasmo!"

Gurdjieff apenas dormía unas pocas horas: se le llamaba «aquel que no duerme». Alternaba una forma de vida casi espartana con banquetes de opulencia ruso-oriental desaparecida desde hacía mucho. En 1934, fue víctima de un accidente de automóvil muy grave. Permaneció tres días en coma, pero recuperó el conocimiento pronto y pareció haber rejuvenecido, como si el choque psíquico, en lugar de lesionar su organismo, lo hubiera galvanizado. Numerosas episodios de este tipo se cuentan sobre él. Algunos los hemos podido oír directamente, por boca de algunos de sus discípulos que pertenecieron a un «grupo de trabajo» mexicano. Naturalmente, un proceso de «mitificación» es inevitable en casos de este tipo, y no es fácil distinguir lo real de lo imaginario. Gurdjieff no ha dejado casi escritos y lo que ha publicado es de una calidad bastante mediocre, pero es extremadamente frecuente que aquel que es "alguien" no tenga ni las cualidades, ni la preparación, para ser escritos: su enseñanza es impartida directamente y ejerció en mucho una innegable influencia. Tal como hemos dicho, a parte de la recopilación de testimonios realizada por Pauwels en su obra Monsieur Gurdjieff, hay que recurrir a Ousspensky para conocer sus enseñanzas

Gurdjieff murió a la edad de 83 años, en plena posesión de todos sus medios y diciendo irónicamente a los discípulos que lo asistían: "Os dejo un buen enredo". Hoy, aún, no cesa de ser citado y, como se ha dicho, aquí y allí, en Inglaterra, en Francia y en África del Sur, los restos de los grupos que se habían constituido bajo su influencia, aun subsisten.


Julius Evola

[Diario Roma, 16 de abril de 1972]

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